lunes, 13 de abril de 2009

CAPÍTULO 7

-Aquí tiene su manzanilla –le dijo una elegante camarera mientras dejaba una bonita taza de porcelana en la mesa.
Mati asintió con la cabeza y le sonrió. Todavía no estaba del todo acoplada a esta nueva existencia pero estaba tranquila, relajada, este presente era diferente a los demás. Una música la hizo salir del leve trance, era lejana y cercana al mismo tiempo, y para escucharla debía esforzarse, en escuchar más allá de su alrededor y de su espacio. Al cabo de varios minutos escuchaba a las composiciones de Juan Oliver Astorga con total atención. Miró la portada de ambos libros y decidió leer algo más adecuado para aquella situación, alguna novela histórica estaría bien.

Con la música de fondo, la manzanilla ya fría hidratando sus labios y el nuevo libro, que le había traído la camarera, se enfrascó en una lectura absorbente. Y así pasaron varias horas hasta que recordó algo… ¡en el banco tenía una caja de seguridad con algo dentro, algo que no recordaba del todo lo que era!

Habían pasado ya varias horas desde que entrara al Centro de Masajes y sin embargo la luz de la calle era la misma. La iluminación de la urbe era invariable durante todo el día, allí todo funcionaba las veinticuatro horas, la nocturnidad era algo del pasado y de todo lo que estuviera fuera de la gran ciudad de la que muchos de sus habitantes no salían en toda su vida. No muy lejos encontró un ascensor que le llevó al subsuelo, nada tenía que ver con la superficie. El movimiento era frenético y el silencio no hacía asomo de presencia en casi ningún rincón. Metro, tren y vehículos de cuatro ruedas estaban a su disposición pero como no quería esperar decidió alquilar un vehículo.
Era amplio e incluso podría tumbarse si lo deseaba pero no estaba cansada.
-¡Buenos días Mati!, ¿sería tan amable de indicarme el destino, por favor? -le preguntó el ordenador central del vehículo tras haber escaneado sus pupilas.
-Deseo ir al Banco Central.
-Muy bien. A continuación le informo del precio. Velocidad A: cien créditos, cinco minutos. Velocidad B: ochenta créditos, siete minutos. Velocidad C: veinte créditos, entre quince y veinte minutos. ¿Qué velocidad desea?
-¿Podría decirme el saldo de créditos en mi cuenta?
-Su saldo de créditos es de ciento cincuenta y seis millones de créditos.
-Velocidad A -dijo asustada, era rica y no lo recordaba, sonrió.

Los vehículos no eran conducidos por los humanos, los ordenadores de cada uno de ellos eran los que interpretaban las ordenes provinientes de un ordenador central que gestionaba eficazmente la circulación. Todo funcionaba mediante hidrógeno y por ello el aire que se respiraba en el subsuelo era tan limpio como el de la superficie.

-Nos complace comunicarle que su viaje ha durado cuatro minutos y cincuenta segundos. ¡Qué pase un buen día!
-¿Podría indicarme hacia dónde debo dirigirme para llegar al banco?
-Cuando salga verá frente a usted el ascensor directo. ¿Desea saber algo más?
-No, gracias -respondió Mati cuando ya había salido del interior del vehículo.

El ascensor también escaneó sus pupilas y su fisionomía y cuando se abrieron las puertas una representante holográfica del banco la estaba esperando. Sin embargo Mati permaneció en el interior de la cabina, lo que se extendía ante sí era espectacular. Nunca había visto un lugar tan amplio y tan diáfano, era imposible que no hubieran mil columnas que cargasen con el peso del techo en el que se representaba en movimiento real la Via Láctea. El suelo brillaba excesivamente e irradiaba luz suficiente para que todo estuviera iluminada hasta unos cuatro metros de altura, diez metros más arriba sólo estaban las estrellas. Vio una estrella fugaz, deseó ser feliz y dio un paso al frente.
-¡Buenos días mati!, soy Sara, su asesora personal. ¿En qué puedo ayudarle?
-¡Holas Sara!, deseo retirar algo que guardé, no sé exactamente lo que es.
-Muy bien, ayer me dijo lo que era. Acompáñeme.
Mati no había terminado de pensar que caminar mucho por allí la dejaría agotada cuando la asesora la invitó a subir al desplazador automático que emergió del lago cristalino que era el suelo.
-Le recuerdo que tardaremos unos diez minutos, esto es un deseo suyo pues el lugar al que nos dirigimos apenas está a un minuto. ¿Está usted conforme?
-Sí, claro -enseguida había entendido porqué pues no podía quitar la vista de las estrellas.

Mati no despidió a Sara mientras abría la bolsa de piel que contenía su caja de seguridad. Estuvo tentada de desatar el nudo que la cerraba y ver lo que contenía en su interior, sin embargo se la colgó al cuello y pidió a la asesora personal que pidiera un vehículo para poder regresar a su casa.

Ya fuera del Banco Central un vehículo le esperaba, sin apenas dejar hablar al ordenador central le indicó la dirección a la que deseaba ir a velocidad C.

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