miércoles, 28 de enero de 2009

CAPÍTULO 1

Érase una vez una mujer sin nombre que viajaba en el tiempo para encontrar algo. Buscaba y buscaba sin cesar, sin descanso, sin aliento...

Una mañana, mientras su cuerpo entumecido se despertaba en la oscura y fría habitación de motel barato, recordó vagamente lo que había pasado por su mente horas antes. ¿Era un sueño? Sí, podría ser que jamás hubiera estado en aquellos lugares, que no hubiera conocido a aquellas personas, que su vida sólo era una. ¡No!, ella sabía que no era un sueño, que su vida eran muchas, tantas como lugares recordaba. ¿Era la única a la que le ocurría aquello, la única capaz de vivir varias vidas a la vez?

Se levantó tranquilamente, apoyando primero el pie izquierdo en el suelo, y miró a través del cristal de la ventana. Todo era movimiento y sabía que seguiría siendo así hasta pasada, al menos, media hora; un nuevo mundo se estaba formando para ella, un tiempo nuevo en el que viviría, como mucho, un par de días.

Se sentó en el borde de la cama, los recuerdos de su vida actual estaban volviendo a ella, regenerándose como una planta que tras marchitarse decide volver a la vida.

La pesada calma que aparentemente la rodeaba, era un ente caótico en su interior; su mundo propio era tan intenso e inconcluso que no distinguía el mundo onírico del real; tenía frío, mucho frío, era lo único que sabía cierto por el momento; sentía angustia, angustia real; pues pudo rememorar la extraña cena que había tomado la noche anterior, alimentos que ardían en la boca, enrollados de un modo extrañamente ordenado, en el interior de algo parecido a una extraña masa fina y blanda… De súbito, su espacio quedó en stand by, quieto, ausente, carente de vida; observó el reloj de pared que había en la deslucida habitación, el segundero se había perdido en su propia locura, el minutero, giraba con tal velocidad, que los meses pasaban en tan solo un suspiro… Allí estaba de nuevo…, el agujero de gusano, tan frenético y desconocido, tan absurdo como lógico…, y allí estaba ella, desvaneciéndose en el interior… Solo que esta vez algo había cambiado, no quería marchar tan rápido de esa gran ciudad.

Se frotó enérgicamente los brazos con las palmas de las manos, el frío era cada vez más intenso pero sabía que no se prolongaría demasiado, siempre ocurría lo mismo cuando despertaba en un nuevo y mismo lugar. La luz que entraba por la ventana le acariciaba con su dulce calor, era una sensación extraña, erótica quizás, el frío en el interior de su cuerpo y el calor acariciándola, abriéndose paso a través de su piel. Dejó de frotarse y cerró los ojos. El reloj funcionaba a su ritmo habitual, tiempo y espacio habían acaparado su realidad actual. Abrió los ojos en una milésima de segundo, ¡tenía que darse prisa!

Cuando pasó corriendo por delante del portero éste ni levantó la cabeza del periódico que le absorbía la mente, ni mucho menos la vista, ya sabía él que esa era rara. Había hecho bien en cobrarle por adelantado, mejor había hecho en cobrarle de más porque seguro que había roto algo, si no era así ¿porqué iba a salir corriendo? Ella ni siquiera lo había visto, no veía a nadie mientras corría, esquivaba a los bultos andantes, a los monstruos de cuatro ruedas, esquivaba y corría, era como si la vida le fuese en ello.

Tenia la oportunidad, ¡sí!, hacía tanto tiempo que no la veía, vagos recuerdos destellaban en la oscuridad de su yo actual, iban y venían. ¡La quería tanto! Cuando golpeó la puerta con el picaporte deseó que estuviera en casa, se dio cuenta de que sus jadeos hacían más ruido que el propio toc toc y volvió a utilizar la aldaba con más ahínco. Su cuerpo era un volcán. Oyó pasos que se acercaban desde detrás de la puerta, dejó de respirar para poder oír mejor pero entonces la tos hizo acto de presencia y tuvo que volver dejar trabajar a sus pulmones. Y se abrió lentamente, muy lentamente. Su madre no pudo articular palabra pues la hija ya se le había lanzado, la abrazaba y la besaba, se la quería comer, la quería tener para ella sola.

- Mati eres como tu padre. Ni lo entendí entonces, cuando él aún vivía, ni lo entiendo ahora contigo. Supongo que será cosa de los nenes.
- De los genes mamá.
- Eso, sí, qué más da.
- ¿Es que no te gusta que me alegre de verte? -ya respiraba con tranquilidad, había pasado media hora desde que llegara a casa de su madre y lo miraba todo como si fuese la primera vez que lo veía, como si fuese la última vez que lo iba a ver.
- Sí, pero sólo hace un par de días que no nos vemos... ¡Vamos a dejar el tema que si no me acuerdo de tu padre y ya sabes lo que pasa!
- ¡Está bien! -le dijo cariñosamente-.
- ¿Te quedarás a dormir? -le preguntó casi suplicándole.
- Hoy sí, mañana no.
- ¿Acaso tienes previsto ir a algún sitio?
- Bueno, donde la vida me lleve, ya sabes que me gusta ir de aquí para allá.
- Igualita que tu padre -la mujer terminó por llorar, resignada.
- ¡Mamá, no llores!

Como siempre habló largo y tendido con su madre, después subió al despacho, era el sancta sanctorum de su padre. "Algún día todo esto será tuyo", le decía él cuando era una niña. Tenía que seguir leyendo, estudiando, investigando, tenía que absorberlo todo. Sabía que el final estaba cerca y que era la única persona que debía resolverlo, entre otras cosas, porque era ella la que iba y venía en el tiempo. Se sentó en el gran sillón de piel, sin lugar a dudas debía ser antiquísimo, estaba tallado a mano y no era menos que una obra de arte, la tapicería verde era lo único que no le gustaba. Se acomodó y abrió el escritorio, recordaba haberla depositado allí; la sacó con cuidado, era una máscara veneciana dorada, brillante e inexpresiva, era bonita y aterradora a la vez, más importante aún, era otra pista u otro objeto que le podría ayudar. Con sumo ciudado dejó la máscara encima de la mesa, metió la mano en el bolsillo del pantalón y extrajo una bolsa de piel, desanudó la cuerda que la cerraba y volcó el contenido encima de la mesa. ¡Allí estaba!, era un panfleto que anunciaba una gran fiesta... ¡en Venecia! La máscara no cabía en la bolsa y optó por dibujarla, cuando terminó se dijo así misma que aquello no era un Van Gogh pero podría servirle, como no tenía nada para colorear la máscara que había plasmando en el papel optó por poner con letras "Dorado", después grapó el panfleto al dibujo y volvió a introducir todo en la bolsa.

Por un momento supo que era obra de un maschereri de antaño, el dorado seguramente sería oro. Sostuvo la máscara con una mano, la alejó todo lo que el brazo le permitía. No cabía duda alguna, la máscara era del siglo XVIII. Aquello le hizo pensar que debía haber alguna forma de poder llevar cosas de una época a otra, sabía que lo único que podía transportar era la bolsa y su contenido. ¿Qué tenía de especial aquella bolsa?

- ¡Mati a comer! -oyó a su madre que la llamaba desde el principio de la escalera.
- ¡Voy! -cerró la bolsa, la introdujo en el bolsillo, y se dirigió hacia la puerta pero algo captó toda atención; era un mapa envejecido, estaba enmarcado y un cristal lo protegía, solitario en aquella pared colgado. Sin lugar a dudas era el mapa del muro de Adriano.

El olor a comida casera recién hecha la despertó de su trance. Aquella tarde disfrutó de su madre como nunca.