domingo, 19 de abril de 2009

CAPÍTULO 8

El vestido era bonito, elegante y caro, muy caro y sin embargo se sentía embutida, máxime cuando comenzó a descender por la escalinata. Todo el palacete estaba generosamente iluminado por la luz que procedía del exterior, se realzaban así todas las obras de arte que se presentaban como caricias ante sus ojos. No podía creer que en un sólo lugar pudiera existir tanta belleza y la música... la música de Domine la atraía como siglos atrás el flautista de Hamelin atrajo a las ratas. Ya no sentía la presión del vestido, su alma era libre.

El suelo era de mármol de carrara, todo era espacioso y el techo era artesonado con vigas de madera. Se respira riqueza. Todo esto le daba cierta seguridad a Mati y así, ya con la mente totalmente enfocada en su nueva realidad, se dispuso a comenzar sus rutinas mañaneras.

lunes, 13 de abril de 2009

CAPÍTULO 7

-Aquí tiene su manzanilla –le dijo una elegante camarera mientras dejaba una bonita taza de porcelana en la mesa.
Mati asintió con la cabeza y le sonrió. Todavía no estaba del todo acoplada a esta nueva existencia pero estaba tranquila, relajada, este presente era diferente a los demás. Una música la hizo salir del leve trance, era lejana y cercana al mismo tiempo, y para escucharla debía esforzarse, en escuchar más allá de su alrededor y de su espacio. Al cabo de varios minutos escuchaba a las composiciones de Juan Oliver Astorga con total atención. Miró la portada de ambos libros y decidió leer algo más adecuado para aquella situación, alguna novela histórica estaría bien.

Con la música de fondo, la manzanilla ya fría hidratando sus labios y el nuevo libro, que le había traído la camarera, se enfrascó en una lectura absorbente. Y así pasaron varias horas hasta que recordó algo… ¡en el banco tenía una caja de seguridad con algo dentro, algo que no recordaba del todo lo que era!

Habían pasado ya varias horas desde que entrara al Centro de Masajes y sin embargo la luz de la calle era la misma. La iluminación de la urbe era invariable durante todo el día, allí todo funcionaba las veinticuatro horas, la nocturnidad era algo del pasado y de todo lo que estuviera fuera de la gran ciudad de la que muchos de sus habitantes no salían en toda su vida. No muy lejos encontró un ascensor que le llevó al subsuelo, nada tenía que ver con la superficie. El movimiento era frenético y el silencio no hacía asomo de presencia en casi ningún rincón. Metro, tren y vehículos de cuatro ruedas estaban a su disposición pero como no quería esperar decidió alquilar un vehículo.
Era amplio e incluso podría tumbarse si lo deseaba pero no estaba cansada.
-¡Buenos días Mati!, ¿sería tan amable de indicarme el destino, por favor? -le preguntó el ordenador central del vehículo tras haber escaneado sus pupilas.
-Deseo ir al Banco Central.
-Muy bien. A continuación le informo del precio. Velocidad A: cien créditos, cinco minutos. Velocidad B: ochenta créditos, siete minutos. Velocidad C: veinte créditos, entre quince y veinte minutos. ¿Qué velocidad desea?
-¿Podría decirme el saldo de créditos en mi cuenta?
-Su saldo de créditos es de ciento cincuenta y seis millones de créditos.
-Velocidad A -dijo asustada, era rica y no lo recordaba, sonrió.

Los vehículos no eran conducidos por los humanos, los ordenadores de cada uno de ellos eran los que interpretaban las ordenes provinientes de un ordenador central que gestionaba eficazmente la circulación. Todo funcionaba mediante hidrógeno y por ello el aire que se respiraba en el subsuelo era tan limpio como el de la superficie.

-Nos complace comunicarle que su viaje ha durado cuatro minutos y cincuenta segundos. ¡Qué pase un buen día!
-¿Podría indicarme hacia dónde debo dirigirme para llegar al banco?
-Cuando salga verá frente a usted el ascensor directo. ¿Desea saber algo más?
-No, gracias -respondió Mati cuando ya había salido del interior del vehículo.

El ascensor también escaneó sus pupilas y su fisionomía y cuando se abrieron las puertas una representante holográfica del banco la estaba esperando. Sin embargo Mati permaneció en el interior de la cabina, lo que se extendía ante sí era espectacular. Nunca había visto un lugar tan amplio y tan diáfano, era imposible que no hubieran mil columnas que cargasen con el peso del techo en el que se representaba en movimiento real la Via Láctea. El suelo brillaba excesivamente e irradiaba luz suficiente para que todo estuviera iluminada hasta unos cuatro metros de altura, diez metros más arriba sólo estaban las estrellas. Vio una estrella fugaz, deseó ser feliz y dio un paso al frente.
-¡Buenos días mati!, soy Sara, su asesora personal. ¿En qué puedo ayudarle?
-¡Holas Sara!, deseo retirar algo que guardé, no sé exactamente lo que es.
-Muy bien, ayer me dijo lo que era. Acompáñeme.
Mati no había terminado de pensar que caminar mucho por allí la dejaría agotada cuando la asesora la invitó a subir al desplazador automático que emergió del lago cristalino que era el suelo.
-Le recuerdo que tardaremos unos diez minutos, esto es un deseo suyo pues el lugar al que nos dirigimos apenas está a un minuto. ¿Está usted conforme?
-Sí, claro -enseguida había entendido porqué pues no podía quitar la vista de las estrellas.

Mati no despidió a Sara mientras abría la bolsa de piel que contenía su caja de seguridad. Estuvo tentada de desatar el nudo que la cerraba y ver lo que contenía en su interior, sin embargo se la colgó al cuello y pidió a la asesora personal que pidiera un vehículo para poder regresar a su casa.

Ya fuera del Banco Central un vehículo le esperaba, sin apenas dejar hablar al ordenador central le indicó la dirección a la que deseaba ir a velocidad C.

CAPÍTULO 6

La guarnición romana, que construyó y ahora protegía aquel tramo del Muro de Adriano, estaba preparada para llevar a cabo una incursión por tierra de salvajes. Aquellos animales eran bestias que debían caer bajo sus afilados espadas; Roma era lo único que debía prevalecer en el mundo.

Los romanos ya sabían que debían evitar los bosques, los pictos se desenvolvían mejor en aquel terreno y también influía sobremanera lo desconocido, leyendas que se contaban como verdades y que todos creían por lo que era mejor no molestar a los dioses de los bosques. Sólo necesitaban apresar a veinte o treinta bestias, en los circos de todo el Imperio se pedía a gritos los espectáculos con pictos, con esas extrañas criaturas que se tatuaban la piel y se pintaban la cara. A pesar de las leyendas y del bosque observador la guarnición estaba de buen humor, aquello era mejor que construir el muro, mejor aún que derruir una parte para volverla a construir, caprichos aquellos de un Emperador que de ese modo los mantenía ocupados sin que ellos lo supieran.

Eran fantasmas bajo la luna, la luz blanquecina les confería un color de muerte. La puerta de aquel tramo del muro se abrió y escupió organizadamente a doscientos romanos, avanzaban a media marcha y en dos horas llegarían al asentamiento picto que habían localizado. El ejercicio físico les vendría bien, sus piernas estaban agarrotadas debido al trabajo de mampostería que venían desarrollando desde hacía tiempo, además odiaban trabajar con el cincel y el martillo pues ellos eran carne de batalla. Algunos, al poco de iniciada la marcha, ya añoraban no yacer esa noche con su esposa, el Muro de Adriano quedaba muy lejos de la madre Roma y allí se hacía la vista gorda ante los matrimonios, a los soldados se les estaba prohíbido casarse.

Los pictos estaban preparados. Se habían pintado la cara y los cuerpos para tener el favor de los dioses. Agazapados, tras los árboles, dentro del río, esperaban sorprender a los romanos, a esos enemigos a los que ellos nunca habían desafiado.

No eran tantos como esperaban, sería fácil aniquilar a las pocas decenas de romanos que marchaban hacia su fin. Sin embargo nada era lo que parecía, los romanos sabían que los pictos los esperaban y les fue fácil matar por la espalda a las bestias. Mati intentó proteger a su compañero sin éxito, dos espadas romanas fueron necesarias para acabar con su vida. Ella supo que aquél era el fin, lo supo cuando la calidez recorrió su cuerpo.

La percepción del paso del tiempo se ralentizó hasta extremos insospechados, sólo en los agujeros snegros que habitan el cosmos el tiempo transcurría tan despacio y upo en aquel instante que todo lo que había vivido en aquella vida sería un espejismo, todo lo vivido sería menos que un recuerdo, en el futuro todo lo pretérito sería una simple paramnesia olvidada. Allí, tendida en el frío suelo, un reguero de sangre que brotaba de su cabeza recorría su cara; la sangre era cálida y las lágrimas que surcaban su rostro eran gélidas. Su amado muerto yacía no muy lejos de ella al igual que muchos de los que antes habían sido su familia, su clan. Le daba igual la suerte que pudiera correr y por ello no hizo ni el menor intento de levantarse y huir.

Cuando todo terminó las mujeres fueron violadas, a los pocos hombres que habían dejado con vida los golpearon brutalmente para quitarles la poca rebeldía que recorría su sangre y los niños ya no se harían adultos. Por algún motivo desconocido Mati no fue asesinada al igual que el resto de las féminas, ni siquiera la violaron. Ella formaba parte de los veinte pictos, que atados como perros, eran prisioneros de los romanos.

Levantó la vista, ya habían pasado casi dos días, y vio una gran muro que se extendía desde el suelo hasta el cielo. Era el Muro de Adriano. Una nueva vida comenzaba, quizás el Coliseo la esperaba.