lunes, 2 de febrero de 2009

CAPÍTULO 2

Tierra, humedad burbujeante ahogando la respiración... Mati..., su elástico camisón de algodón comprado en las últimas rebajas había desaparecido, y en su lugar había pieles, pieles de animales; telas, telas rudas y ásperas... Todo estaba regado de lluvia, ella yacía inmóvil, tendida en un improvisado camastro rodeado de tierra, barro y hierba, verde y fresca; el frío le encogía el carácter pero sabía, que cuando valientemente consiguiera abandonar esa medio ensoñación que acompañaba todas sus translaciones, sería capaz de recordar quién era en esa tierra deshumanizada y angosta que la rodeaba... Se incorporó lentamente, el entumecimiento de sus huesos era mayor de lo que pensaba..., miró a su alrededor y adivinó, entre penumbras, que estaba rodeada de materiales textiles, había despertado en una especie de refugio... Su mayor sorpresa le sobrevino al comprobar que no estaba sola, a su lado había un hombre; fornido, grande, moreno, revuelto..., extrañamente bello. Recompuso su fuero interno lo mejor que pudo y, aún sabiendo que se encontraría con la luna, salió de su destartalada habitación para encontrarse con el firmamento infinito... ¿Sería acaso aquel el mismo cielo que estaría vislumbrando su madre en algún lugar muy lejano? De súbito, un sinfín de emociones embotaron sus sentidos y se sintió, por una pequeña fracción de segundo, en sintonía con todo lo que la rodeaba; era todo tan hermoso..., saliendo de su abstracción momentánea, advirtió el sonido envolvente y mágico de un arroyo cercano, se aproximó a él con la intención de ver su nuevo rostro reflejado en el agua.

El aire frío atenazaba su piel pero no lo percibía, no lo sentía, sólo su piel era dañada; ella estaba intentando encajar todos los recuerdos que acudían prestos a su mente, de nuevo se veía obligada a jugar a aquel rompecabezas en el que tenía que encajar todo a la perfección para comprender su vida. Para cuando quiso llegar al arroyo ya sabía quién era, dónde estaba y qué hacía allí. Se tocó la bolsa que portaba colgada alrededor del cuello y que al andar había rozado sus pechos, la apretó con fuerza mientras miraba hacia abajo; desde arriba era imposible ver su rostro, se arrodilló tranquilamente, como si el tiempo no tuviera valor, y se vio; se reflejó. Era ella, la de antes, la de después, la de ahora, la de siempre, ella. La piel maltratada por la falta de cuidados era lo que más captó su atención, en otra época sabía que sería una mujer joven, pero allí no, allí era normal que la gente muriese con unos pocos años más de los que tenía ella en ese instante. Bajó las manos hasta el agua, introdujo sólo los dedos y sintió como el líquido transparente jugaba con ellos, era como el tiempo, transcurría pero no se dejaba atrapar.

La luna llena lo iluminaba todo, era una noche clara, luminosa. Todas las estrellas la saludaban desde lo alto, no faltaba ninguna; de hecho, ella jamás hubiera imaginado que existiesen tantas, el cielo era un manto de terciopelo, plagado de piedras preciosas que titilaban ante su presencia, coqueteaban como si tuvieran vida propia. Sonrió, era bonito y frío, hacía frío. Pero el frío se quedó en mera anécdota cuando un gran estupor recorrió todo su cuerpo, no quedó ni una pizca de su ser que no fuera fría, ni un músculo sin contracción. Entonces recordó lo que ya recordaba pero quería olvidar; ante sí se extendía el Muro de Adriano.

Sus ojos recorrieron, en toda su extensión visible, aquel gigante calcáreo que limitaba la libertad de su tierra. Giró sobre sus pasos y dio la espalda a aquella pared de muerte; al principio, no tenía muy claro hacia dónde se dirigía, caminaba insegura, con un ansia incontenible que le arañaba la garganta mientras se encaminaba, con cada vez mas claridad, al bosque; ese bosque que ocultaba a su pueblo, ese bosque que sólo los pictos conocían y tenían interiorizado como las huellas de sus batallas. Caminó durante un tiempo que se le hizo eterno y de súbito, vislumbró una tenue luz que la guiaba en la penumbra, como a un insecto que quieren atrapar; dudó, mas sus dudas refulgentes fueron ahogadas por la imperiosa necesidad de curiosear, pues tenía claro que era allí dónde tenía que dirigirse, pero no lograba recordar el por qué. Se abrió paso, lentamente, entre la maleza espesa y supo, con una certeza abrumadora, que se encaminaba, embelesada, hacia el interior de sus miedos, hacia el interior de sus múltiples preguntas; ante ella se extendía la zona sagrada del poblado, el chamán la esperaba, rodeado de tintes y utensilios. Su tatuaje mágico aguardaba inquieto en el interior de su alma, iba a ser su opción de obtener pistas, respuestas; mas tenía poco tiempo, cuando el alba tocase el manto verde, entrarían en batalla; las mujeres lucharían al lado de sus hombres, pues la libertad era su bien mas preciado.

Permaneció inmóvil. Intentando buscar fuerzas de flaqueza suficientes para seguir hacia adelante. No era el chamán lo que la debilitaba, era la guerra. Y siguió inmóvil dejando volar su mente, cerrando los ojos porque la realidad se nublaba, su mente era lo real... "y el cielo era de un azul intenso, tan azul que dolía a la vista, de un azul irreal, de un azul imposible, el cielo era azul. El viento había abandonado aquel lugar, las nubes se habían ido con él, nada quería estar allí. Todo era quietud, el tiempo transcurría como transcurre en los agujeros negros que devoran el Universo, el movimiento y el tiempo se habían ido también con el viento y con las nubes. Y luego sangre, tanta sangre que el cielo se coloreó de rojo, tanta sangre que el viento, las nubes, el movimiento y el tiempo volvieron. Allí lo principal no era matar, en ninguna guerra lo es, lo principal era no dejarse matar. Todos se movían aceleradamente, sólo los veteranos parecían moverse a intervalos porque quizás eran los únicos capaces de pensar en aquella barbarie. La sangre recorría su cara, le daba asco, no era su sangre. Miró a su alrededor buscando a otro enemigo al que cercenar la vida y vio brazos, piernas, tripas, trozos de carne, cabezas abiertas, ojos saltones, todo tipo de inmundicias humanas que manchaban el campo de batalla. Al girarse vio que el metal de la espada iba directamente hacia su cabeza..." Abrió los ojos y dio un paso; se dirigió, sin pensarlo más dirección a aquel semi humano que la esperaba con mirada cómplice, estaba claro que la esperaba; como en un sueño hipnótico, Mati se sentó en el suelo, sobre la piel de cabra que se extendía a sus pies y se dejó llevar; bebió un brebaje extrañamente familiar y, al cabo de unos minutos, un estado soporífero se adueñó de su consciencia. Veía sin ver - los cuencos con tintes, las piedras afiladas, la hoguera que la calentaba...- , sentía su mente mas extensa, mas amplia; se veía capaz de abarcar todo lo que la rodeaba, que a su vez, parecía no ocupar mas que un grano de arena en el fondo del océano... Se estaba difuminando, se estaba marchando...